Van varios libros que tengo leídos de Cortázar. Tengo un ranking armado sobre ellos, aunque todos algo me han dejado. Por supuesto, unos más que otros. La incomparable Rayuela, con su forma de lectura extraña que hace que todo lo que hasta ahora hayas leído se desmorone sobre una nueva forma de lectura, donde lamentablemente (o no) solo funcione en el universo Cortázar y más precisamente, en el universo Rayuela. Como supondrán, está dentro de los primeros puestos en mi lista de sus libros, pero el que realmente me descolocó por su fascinación, fue 62, modelo para armar. Luego de semejante novela, todo lo demás se vuelve ordinario. Un sinnúmero de sensaciones y de alteraciones temporales se forman en torno a la trama de 62. No se sabe lo que está contando, pero como todo Cortázar, por supuesto, el desenlace y la forma casi completa está ahí delante nuestro, esperando a ser armada y terminada por nosotros.
Cortázar, no solo me mostró una nueva forma de literatura. Sino que yo aprendí a mí manera, la forma de cómo contar las cosas. Copiándome ingenuamente de su manera de escribir y de sus historias fantásticas, irreales y a su vez, cargada de un realismo emocional indescriptible, que necesita de todo nuestra fuerza ingeniosa para poder meternos en el mismo canal y entender así, de que va la cosa.
Cortázar, no son solo cuentos y novelas. Es también música nueva, libros y autores nuevos, es pintura, escultura y todas las demás artes. Es un nuevo mundo de cosas cotidianas. Es un pie adelante y luego otro, para subir una escalera a un universo que me encanta, y que a medida que voy terminando de leer sus obras, me va quedando un sabor amargo al saber que tarde o temprano voy a terminarlas todas y no está Julio, para que invente una nueva.
Curiosamente, su cumpleaños era el mismo que el de mi Lady.
Mis libros cortazianos:
62,modelo para armar
Rayuela
Final del juego
Historia de cronopios y de famas
El perseguidor
Octaedro
Queremos tanto a Glenda
Bestiario
Un tal Lucas
Los premios
Los autonautas de la cosmopista
Viaje alrededor de una mesa
Creo que no me comí ninguno.
Bueno, les dejo un cuentito de Final del juego.
Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano. la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.